San Cayetano, confesor. Q. H. en la Catedral. Hoy predicaran en la congregación de señores eclesiásticos Oblatos, la plática doctrinal sobre la oración, el Br. D. Epifanio Mauriño, y el sermón moral el Dr. D. Josef Rafael Gil de León. Mañana será la misa de San Felipe en la Catedral, que debía haber sido el día cinco.
Discurso del americano J. J. de C. y C. n. de G. P. de T.
Habitantes todos de la Nueva España: ha llegado ya el tiempo de que abjuréis la pueril, inveterada, y perniciosa rivalidad con que recíprocamente os habéis mirado Europeos y Americanos, fomentando siempre una discordia opuesta a la fraternidad con que debéis trataros como vasallos de un mismo Rey.
Sí, felices habitantes de estas ricas Provincias, la Religión y la Patria os conjuran a que desarraiguéis de vuestros nobles corazones tan perjudicial error, que bastaría él solo para atraeros una ruina inevitable, sin necesidad de extraños enemigos.
En la unión de los ciudadanos consiste la fuerza invencible de las naciones, que viene a ser tanto mayor cuanto más se estrechan y ligan sus defensores, conspirando a un solo fin. Entonces no hacen más que un solo cuerpo, superior a las más duras murallas. Estas ceden al golpe de la bala, y al impulso de la bomba; pero la unión en los ciudadanos intrépidos y valerosos no cede jamás, ni a la espada, ni a la pólvora.
Recorred los ejemplares que os presenta la historia, y no hallareis uno solo que demuestre las funestas desgracias de la división. Atenas, Lacedemonia, Tebas, &c. Todas las ciudades de la Grecia os enseñarán que mientras se mantuvieron unidas, y sus habitantes pensaron, séame lícito decirlo así, con una sola alma, se burlaron de las inmensas fuerzas con que las atacaron sus enemigos; pero desde el momento mismo en que la rivalidad y el espíritu de partido cundió en los ciudadanos, se destruyeron mutuamente, y vinieron a gemir bajo [150] la esclavitud de aquellos mismos enemigos que con tanta facilidad habían vencido antes.
Caminad pues a la unión, no haya en vosotros más que unas mismas ideas y un mismo espíritu. Ni el suelo, ni la cuna constituyen el mérito verdadero, que consiste en las virtudes del alma, que guían el hombre al perfecto desempeño de sus deberes. Los principales de éstos son la defensa de la Religión y de la Patria. Es pues sin duda el más noble y el más digno de nuestro amor, y de nuestro respeto, el que con más ardor y más fuego se empeñe en el cumplimiento de tan sagrados deberes.
Ya sabéis que un guerrero ambicioso, un pérfido Emperador que no reconoce término, ni medida, hollando aún las más Santas Leyes de la hospitalidad, nos ha privado de nuestros Augustos Soberanos, y violentándolos a que hiciesen en él la renuncia de sus dominios. Aquel traidor digo, que temiendo hallar en los valerosos leones Españoles el escarmiento de su orgullo, trocó la espada y el cañón por la piel de zorra.
Después que nos quitó con engaño nuestras mas floridas tropas: después que ocupó nuestras fuertes plazas: después que con la mas refinada astucia consiguió que la España le abriese el paso: después que hizo creer a toda la Nación, y aún a los habitantes de América, que sólo venía a redimirnos de nuestro enemigo doméstico, de aquel monstruo devastador, y capaz él solo de arruinar la Monarquía de CARLOS IV: después, digo, que consiguió que le bendijésemos como a nuestro ángel tutelar, y después que hubo ganado toda nuestra confianza, fue cuando quiso consumar la más negra, y abominable traición que pueda imaginarse, y que acaso no tendrá igual en las historias.
Con bastante sagacidad supo atraer a Bayona a nuestro amado FERNANDO VII, a sus augustos padres, y a toda la familia Real; y se llevó también a su digno amigo el Príncipe de la Paz. Allí fue donde violando las Santas Leyes de la hospitalidad, llevó al cabo la execrable y maldita traición que habéis visto estampada en la gaceta del día 17 del pasado julio.
No se encontrará en todas las historias aún de la más remota antigüedad, pueblo alguno tan bárbaro que no haya respetado inviolablemente las sagradas leyes de la hospitalidad, aún con los mismos enemigos. Pero ahí tenéis al [151] gran Napoleón, a ese Emperador de la culta Francia, a ese que ha llamado en otra ocasión a los rusos semicultos, semibárbaros, &c. Ahí le tenéis forjando la más atroz perfidia, hasta hacer caer en sus lazos a toda la familia real de España, y remunerar la confianza con que pasaron a visitarle a Bayona, forzándolos a una renuncia tan absoluta. Así es como les ha guardado aquel héroe los derechos sagrados de la hospitalidad; y así ha correspondido a la confianza con que le creyeron amigo, aliado y protector.
Aunque tan atroz y detestable traición encendió la ira, y el deseo de la venganza en todos los españoles, ¿que podían hacer estos, ni emprender faltos de todo recurso, ocupadas las fortalezas con centenares de miles de soldados franceses? Pero no creáis que su vigor se haya apagado. Si prestaron una forzada obediencia al Lugar Teniente de aquel tirano, cuando creyeron que representaba a nuestro Augusto Carlos IV, e ignoraban la renuncia que se vio obligado a hacer: si después de descubierto el engaño no han podido romper las cadenas de ese pérfido, ellos las limarán, y yo no dudo que preferirán la misma muerte a tan infame esclavitud. Ya las últimas noticias nos aseguran la resolución del valiente Ezpeleta, y de los bravos soldados que militan bajo sus banderas. Estos bastarán para impedir los progresos de aquel pérfido Emperador, y opondrán una barrera insuperable a su ambición, mientras que los demás españoles pueden recobrarse, y vengar tan abominable maldad.
A nosotros nos toca defender éstas provincias en que habitamos, y conservarlas íntegras a nuestros legítimos Soberanos. Mostremos a la Europa entera que sabemos defender los derechos de nuestros Reyes, y también resistir a la perfidia y traiciones de un tirano. Desengañémosles de que el español no pierde el brío en la navegación, y que el americano nace con él. Rechacemos los decretos atrevidos de Napoleón, y castiguemos la osadía de sus enviados, si trataren de sujetarnos a su yugo. Mantengámonos en la independencia de toda otra dominación que no sea la de nuestros legítimos Reyes, y solo así mereceremos la gloria que hasta ahora nos han negado todas las naciones, creyéndonos incapaces aún de aspirar a ella.
Pero no juzguéis que estando divididos discordes, y conservando la antigua rivalidad con que os habéis mirado, podréis acometer tan grande empresa. Seréis perdidos y [152] estaréis expuestos a ser la presa del primero que os someta. Y así os repito, que la unión estrecha es la única que puede salvaros. No haya pues más diferencia entre el europeo y americano, que la de la virtud. Téngase por más noble aquel que sea más virtuoso, y que haga mayores servicios a la patria y a la religión. Ya sabéis la humanidad destructora con que el Emperador de los franceses gravó a los portugueses, y ha labrado la infelicidad de todos los pueblos que ha sometido bajo su dominio: esperad otra suerte si no igual, más desgraciada, si no os apresuráis a prevenir la defensa, uniéndoos desde ahora, y tratándoos como hermanos.
No faltarán acaso algunos cobardes, en quienes el fuego y el brío se hayan apagado, que traten de desalentaros, pintándoos el riesgo a que os exponéis si sostenéis la independencia, y resistir el yugó de aquel pérfido usurpador; pero despreciad estas almas débiles e inertes, dejadlas que acaben de amortiguarse, y volad a la defensa de nuestra Santa Religión, tantas veces ultrajada por ese traidor; volad a la defensa de la patria burlada, despreciada y engañada por un héroe sin principios, sin religión, sin fe, dirélo todo, sin justicia, y, bajo cuya esclavitad seríamos del todo desgraciados. No os espanten sus victorias, debidas en su mayor parte a la desunión, y aún a la intriga: los que habéis navegado, y experimentado las tormentas del océano, y habéis visto por vuestros ojos la suma dificultad de conducir una escuadra, desengañad a los demás que aún no hayan visto las alteradas olas, capaces de dispersar los buques más bien ordenados, y de inutilizar la expedición más bien dirigida y concertada. Aseguradles que ni en seis años podrá la Francia conducir a las costas de la América un ejército de 30.000 hombres. ¿Y qué sería éste ejército para vuestro esfuerzo y valor en el caso, si no imposible, muy dificultoso de que llegase a desembarcar? Nuestras playas, nuestras cañadas, os ofrecen los puestos más ventajosos, en que prescindiendo del valor, cada uno de vosotros valdrá por diez enemigos. Creedlo así, y preguntadlo a los que hayan puesto algún cuidado en el tránsito de Xalapa a Veracruz, y os convenceréis de que a muy poca costa obscureceréis los laureles repetidos de esos ejércitos vencedores de Napoleón.
Pero cuidado con la discordia y el espíritu de partido que originen la división, pues entonces sin duda seréis la presa de los enemigos sagaces con quienes tenéis de combatir, [153] si llegare el remoto caso del desembarco: unión, hermandad, y seréis seguramente victoriosos, logrando el laurel inmarcesible da haber salvado la Religión y la Patria, que imploran vuestro socorro; y asegurareis a nuestros hermanos de la Península, un asilo en donde serán recibidos con alegría y ternura.
Bando
Don Josef de Iturrigaray, &c. = Respecto a que los extranjeros residentes en ésta capital y en todo el Reino, o tienen para ello carta de naturaleza, o el correspondiente permiso de éste superior gobierno, a que algunos están casados y tienen hijos, y a que la conducta que han observado hasta aquí no ha dado mérito para su expulsión, sino que antes bien se reconocen todos por vasallos fieles de nuestro augusto y católico Soberano, ofreciéndose como lo han hecho ahora a obedecer cuanto se les ordene en las actuales circunstancias: en esta atención mando que ninguna persona les insulte de palabra u obra, por solo el motivo de ser extranjeros, como se ha verificado con algunos, que me han dirigido sus quejas, sino que el que formare alguna de ellos con causa suficiente, ocurra al juez a que corresponda, para que sea reprehendido o castigado según fuere justo; en el concepto de que al que se excediere con dichos individuos faltando a estas prevenciones, se le aplicarán las penas a que diere lugar su desobediencia. Dado en México a 21 de julio de 1808. = Iturrigaray = Por mandado de su Excia. = Josef Ignacio Negreiros y Soria.
Relación circunstanciada Núm. 1.041
Después pasaron SS. EE. a uno de los balcones principales, para ver pasar la dilatada procesión, dando el Señor Virrey con la mayor eficacia las órdenes convenientes, para que no causara daño la artillería, que se había sacado toda, y se dispararon innumerables cañonazos por los paisanos, del modo que se dijo en la mañana. No aventuraré mis proposiciones sobre el número de hombres que marchaban, pero hay quien asegure haber pasado de 20.000, todos los cuales se dirigieron por la calle de San Francisco con sus músicas, tambores, en medio de mil vivas, de un repique universal, de las marchas que batía la tropa al pasar por las guardias, y escoltado de dragones el retrato del Rey.
Por toda la carrera hacían bajar de las casas y de los coches a los conocidos, para que entraran en las filas, [154] con la expresión de venga V. a honrarse, lo que aumentó considerablemente el número de éstas, que se componían de personas de todas clases y condiciones; clérigos, religiosos, títulos, colegiales, militares, abogados, comerciantes, artesanos, y también gentes de la plebe. Entraron en la Iglesia de San Francisco todos los que cupieron, y puesto el retrato de FERNANDO en un dosel, que estaba preparado, se cantó con todo aparato y magnificencia el Te Deum.
Concluido éste acto, se dirigieron a la alameda por el mismo orden, gritando mil VIVAS, a que correspondían todos los de los coches, y de los balcones con voces y señas de los pañuelos, notándose que ya en los más balcones, estaba colocado el retrato de FERNANDO, y desde ellos ministraban las señoras alfileres a todos los que pedían, para añanzar en sus sombreros los retratos, que por toda la carrera se expendían, y fue una de las divisas de los días siguientes. Así se concluyó aquella festiva tarde, volviendo la tropa del paisanaje al punto de reunión, que lo era la plaza de armas, a tiempo que los Exmos. SS. Virreyes habían vuelto del Santuario de N. S. de Guadalupe, a donde por la tarde se habían encaminado a dar gracias a la Santísima Virgen.
Luego que obscureció se iluminó completamente el real Palacio, plaza de armas, Iglesia Catedral, casas de Ayuntamiento, de la Moneda, y en una palabra en todo México se vio la iluminación más cabal, apareciendo por diversas calles tropas del paisanaje con innumerables hachas de viento, y paseando por la primera vez, el carro de los del juego de la pelota, iluminado con cera. La música del carro, y las demás repartidas, junto con el sonido de las cajas y los incesantes repiques, causaban un particular regocijo.
Duraron casi toda la noche los vivas, los tambores, las músicas, los bailes en la plaza de armas, el tablado, que se puso con el retrato de FERNANDO en la calle del Coliseo, cuidándose con esmero de que todos pasasen por allí destocados; pero una de las cosas que debió llamar la atención fue la función del teatro. Estaban separados de éste el famoso actor Sr. Luciano Cortés y el mejor maestro de bailes que hemos tenido en ésta corte Sr. Juan Medina, con palabra que había dado éste a su mujer de no volver a pisar las tablas, mas en esa noche se presentaron ambos; sin que mediara interés alguno, según se dice generalmente, a desempeñar las piezas en que más han lucido sus habilidades. [155]
Muy temprano ya estaba lleno el coliseo, y llegada la hora de comenzar la comedia, se levantó un grito universal de que se colocara el retrato de FERNANDO, y como viesen que se trataba de adornar uno de los lados para ponerlo, dijeron todos a una voz, que se pusiera en medio, a lo que fue preciso acceder, preparando las cuerdas para elevarlo, luego que llegase. No se había traído aún, cuando se levantó el telón para comenzar la comedia, pero lo hicieron bajar al punto, porque no querían que comenzase la función sin tener a la vista a su amado FERNANDO, y fue necesario exponer la lentitud con que caminaba el retrato a causa del inmenso concurso, para que convinieran en que se diera principio a la representación.
Es ocioso explayarse sobre la iluminación del patio y teatro, esmero de los actores, y demás cosas semejantes, que deben suponerse, más no debe omitirse su emoción, y el entusiasmo con que se escucharon y se aplaudieron los zorcicos análogos a las circunstancias, y compuestos aquel día, que cantaron los Señores Dolores Munguía, Andrés Castillo, y Victorio Rocamora. Sería bueno imprimirlos para complemento de ésta relación, mas por ahora sólo diremos que cada estrofa era celebrada con los vivas, con los pañuelos, y con las onzas, acompañando la Exma. Señora Virreina éstas demostraciones, y dejándose conocer el júbilo en el semblante del Exmo. Señor Virrey. La función se acabo cerca de las doce de la noche, sin embargo de que se omitió el sainete; y en todo el resto no hubo barrio de la ciudad, en que faltaran los instrumentos de música, cantos, bailes e iluminaciones.
En el día siguiente, sábado 30 de julio, destinado para la solemnísima misa de gracias de que se dijo en el número 1.036, se hizo con pompa y magnificencia la función en la Santa Iglesia Catedral con un grande concurso y salva de la artillería, que dispararon los paisanos. Ya que se estaba acabando la misa se acercó por el real Palacio el paisanaje armado, y se condujo a la puerta, que llaman de los canónigos, por donde iba a salir la Señora Virreina, cuyo coche pasó por en medio de aquella gente que estaba tendida en dos alas, y otra porción con infinidad de pueblo, y el estandarte se llevó a la Señora Virreina con mil VIVAS por la calle del Arzobispado, Moneda, Parque, hasta salir por el puente de Palacio, entrar en el patio y subir algunos las escaleras [156] detrás de S. E., quien recibió y correspondió éstas demostraciones con extraordinaria amabilidad.
Por la tarde hubo un gran concurso en la alameda y paseo, con un gran golpe de música de viento, en la glorieta principal de este último, donde se bailaban contradanzas por varios del comercio, y el paisanaje armado andaba repartido por todos estos puntos en varios trozos, ya no sólo con la divisa del retrato de FERNANDO, sino con motes y versos impresos, con un número siete, y con las iniciales V. F. VII. uno de los motes decía: soy vasallo fiel de Fernando, y por él daré la última gota de mi sangre. Este mismo pensamiento estaba en un terceto, y eran innumerables los vivas con letras grandes. Se continuará.
Acción de gracias
El día 29 del próximo pasado faltaban dos días para concluir los ejercicios de San Ignacio, en el Oratorio de San Felipe Neri; y habiéndose tocado a las cinco y media la campana para entrar a oración, cuando ya todos estaban juntos en la capilla, (que eran 90) llegó el Padre director a la puerta, y dio noticia a los ejercitantes del motivo del repique. Concluida la oración a las seis y media, dos sacerdotes comenzaron a rezar el Te Deum respondiéndoseles a coro; de manera que la primera acción de gracias que se rindió a Dios, fue sin duda, en aquella santa capilla. A las nueve de la mañana se convocaron las ejercitantes por medio de la campana, y el Padre director les leyó la papeleta, que se acababa de imprimir.
A más de las oraciones comunes que se hacen todos los días por N. C. Monarca, desde aquel se hizo particular por el amado FERNANDO y por las almas de los que han muerto en tan justa guerra.
El último día después de la misa de gracias se cantó el Te Deum, y después la letanía de los santos, repitiéndose las preces, ut inimicos &c.
Aunque el Padre director tenía dispuesto que todo el día domingo estuviera manifiesto el Soberano Señor Sacramentado, y que los ejercitantes de dos en dos velasen el tiempo de media hora, desistió después, así por el alboroto que había en la ciudad, como por la procesión que aquella mañana salía del portal para el templo de nuestra patrona y defensora María Santísima de Guadalupe.
[Transcripción íntegra realizada a partir de un original
digitalizado por la Biblioteca Nacional de España]
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